El dios Sukuna Biko.

Okuni Nushi sucedió a Susanoo como gobernante de Izumo y, al llegar, quiso hacer el territorio más amplio. Miró al norte y vio la península de Corea donde la costa estaba muy deshabitada, así que ató la punta de una larga cuerda de cáñamo a ese cacho de tierra y la otra punta al monte Sahime. Convenció a los habitantes de Izumo para que le hicieran el trabajo duro y tirasen de la cuerda hasta atraer la tierra y después la dejaron abandonada en la playa recibiendo el nombre So no Hagahama «playa de cáñamo». Repitió el mismo procedimiento varios veces y ató distintos trozos de tierra de las islas del mar de Japón, uniéndolas todas en el monte Taisen y formando así la costa de Yomi.

Okuni Nushi se encontraba un día por la zona y observó que El País Central se trataba, sobre todo, de una tierra yerma y salvaje, pero había conseguido someterlos sin quejas, pero se sentía muy solo y quería un compañero que lo ayudara.

Entonces, vio una luz que brillante que iluminaba el mar desde donde se le acercó y le dijo que no estaba solo, pues esa esa facilidad para gobernar sobre el País Central se la debía a él.

Y, aunque Okuni Nushi preguntó de quién se trataba no obtuvo respuesta ni por parte del ser misterioso ni de los otros dioses, hasta que la duda llegó a oídos de Kue Biko que lo identificó como el mikoto (humano deificado) de Sukuna Biko. Y, finalmente, el propio Sukuna se muestra ante Okuni Nushi quien le construye un santuario en el monte Mimoro, en la provincia de Yamato.

Resulta que Sukuna Biko es parte de los mil quinientos hijos de Taka Mimusubi, pero era tan travieso que no se sometía al orden de su padre y, un día se resbaló entre los dedos del dios y cayó al mar. Al ver que Okuni Nushi lo había encontrado deseó que fuera amado y criado para ayudar a reconstruir el país.

Así ambos dioses unieron sus fuerzas para reconstruir el mundo debajo del Cielo. Por el bien de humanos y animales por igual decidieron la forma de curar las enfermedades y eliminar los males que afligían a las bestias. El país mejoraba a pasos agigantados, pero seguía sin estar completo.

Aún así un bue día Sukuna se subió a una espiga de trigo que se balanceaba con el viento y salió despedido hasta llegar al Mundo de la Perpetuidad.

El faisán mensajero.

Amaterasu y Taka Mimusubi tuvieron un chaval al que llamaron Oshi Homimi y le regalaron, porque los ricos son así, el control del País Central de Ashihara o País de las Espigas (como esa que mandó a Sukuna hasta el infinito y más allá).

Dicho territorio estaba plagado de dioses que brillaban como luciérnagas y de otras deidades malignas que revoloteaban como moscas. Era tan primitivo y salvaje que algunos elementos de la naturaleza aún conservaban la capacidad de habla.

Taka Mimusub decide reunir a los ocho millones de deidades del Altiplano y contarles los planes que tienen para su hijo por lo que necesita expulsar a los seres que no les convienen y piden consejo sobre a quién enviar para llevar a cabo tal empresa

Primero envían a Ama o Hohi que se deduca a buscar el favor de Okuni Nushi por lo que durante tres años no realiza el trabajo que le han encomendado.

Después mandan al hijo de Ama no Hohi… que tampoco vuelve.

No resignados deciden que Waka Hiko es la mejor opción porque es un dios con fama de valiente. Le entregan un arco y una flecha celestiales. Sin embargo, también fue desleal porque nada más llegar al País Central toma por esposa a una de las hijas de Okuni Nushi. Y no contento con esto, conspira para apoderarse del reino hasta que pasan ocho años.

Un poco ya desesperados y hartos de que todo el mundo se los vacile, Taka Mimusubi y los ocho millones de dioses deciden mandar al faisán Nakime (mujer plañidera, a saber por qué) para que observe lo que sucede y les informe. Sin embargo, cuando llega abajo, la esposa de Waka Hiko se queja de que el pájaro ese feúcho canta fatal y le pide que lo mate. El aludido usa la flecha celestial para matarlo, pero no detiene su rumbo y llega hasta el Cielo donde es interceptada por Taka Mimusubi que piensa, al ver la flecha manchada de sangre, que el dios sí está cumpliendo la tarea por lo que devuelve el objeto por el mismo agujero que abrió en el Cielo… y cae hasta clavarse en el pecho de Waka Hiko que estaba durmiendo, matándolo en el acto.

El funeral del dios Waka Hiko.

Los lamentos de la viuda del dios Waka Hiko llegaron al Cielo, donde los oyó Kuni Tana, el padre del fallecido que hizo que soplasen ráfagas de viento para traer el cuerpo del dios al Cielo y construyeron una cámara mortuoria. Ordenaron a los gansos que llevaran ofrendas de comida y a las garzas que barrieran el suelo, a las aves guardarríos que preparasen comida para los asistentes al funeral, a los gorriones que molieran arroz y a los faisanes que hicieran de plañideras. Y lo velaron durante ocho días.

Aji Shiki acudió al funeral de su querido amigo, con quien además compartía rasgos físicos que los hacían muy parecidos, para dar las condolencias a los familiares y expresar su último adiós. Sin embargo, nada más verlo fue confundido con el muerto y la cólera inundó su ser por ser comparado con un cadáver impuro.

Tal fue su ataque de ira que desenvainó la espada y arrasó con todo el lugar hasta que lo trasformó en la montaña Moyama, en la provincia de Mino, sobre el curso superior del río Aimi.

El sometimiento del País Central.

Después de este pequeño break en los planes de conquista volvemos a la carga con Taka Mimusubi que esta vez elige a dos dioses: Mikazuchi y Tori Fune que descienden al País Central y llegan a la playa de Isasa en el país de Izumo.

Los dos dioses desenvainan sus laaaaaaargas espadas y las clavan en la cresta de la ola con la empuñadura hacia abajo para sentarse con las piernas cruzadas sobre la punta de sus espadas. Preguntan al dios Okuni Nushi si piensa rendir el país para el hijo de Taka Mimusubi y esta primera vez responde que no.

Sin embargo, en una segunda ocasión donde Taka Mimusubi le manda un mensaje con una serie de condiciones: los asuntos públicos serán decididos por el dios Ninigi, mientras que Okuni Nushi decidirá los religiosos; le construirán un palacio en Ama no Himushi, en el Altiplano; tendrá arrozales y podrá disfrutar de los productos del mar porque construirán un gran puente y un navío celestial; por último, escudos blancos y una cuerda de morera. Esta vez, Okuni Nushi acepta rendir su país a Oshi Homimi (yo también quiero que me chantajeen así, la verdad), pero antes les dice que pregunte a sus dos hijos.

El primero acepta, pero patea el suelo y hace volcar la embarcación en la que venía para transformarlo en una valla de verdes sarmientos donde ocultarse.

El segundo hijo también acepta, pero no sin antes iniciar una persecución con el dios mensajero Taka Minakata.

De esta forma Okuni Nushi entrega el poder y la lanza con la que había conseguido pacificar el País Central, además del dios Kunado para que los ayude y les sirva de guía.

El descendimiento al País Central.

Cuando gracias al peregrinaje de los dos mensajeros y de Kunado les llega a Amaterasu y a Taka Mimusubi que el País Central estaba por fin pacificado, deciden darle la noticia a Oshi Homimi quien, sin embargo, delega el poder del gobierno en su hijo Ninigi porque le parece más adecuado como se crio con los dos abuelos estos nos tienen ningún problema con la decisión de su hijo.

Amaterasu le entrega a su nieto los tres tesoros: la joya en forma de cuenta, el espejo de ocho palmos y la espada Kusanagi. Además, nombra a cinco deidades para que le sirvan y le acompañen.

Pero cuando estaba a punto de iniciar el viaje uno de os dioses que había sido enviado para despejar el camino regresa con las noticias de que hay un dios muy extraño pues sus narices miden siete palmos y su espalda más de siete cuartas; su boca y sus nalgas brillan y tiene los ojos como espejos de ocho palmos.

Los dioses hablaron a Izume para pedirle ayuda y entender por qué esta extraña divinidad se interpone en el camino de su querido nieto Ninigi. Ella acepta la misión y se planta delante del que han llamado dios de los Caminos dejando caer sus prendas para que sus pechos queden al descubierto. Toma al extraño por sorpresa y le pregunta al respecto de su comportamiento.

Resulta que el dios de los Caminos no es otro que Sukuna Biko quien se ha enterado de las intenciones del dios Ninigi y se ha acercado para actuar como su guía a quien pretende llevar hasta la cima del monte Takachiho, en la provincia de Hyuga, Tsukushi.

Cuando Izume le trasmite a Amaterasu esta información, la diosa desciende del Altiplano separando las nubes que causaban estratos y con la ayuda del dios de los Caminos, aká Sukuna Biko, elige el mejor sendero por el que Ninigi transitará para llegar a su destino.

Una vez que Ninigi realiza el viaje y llega a su destino donde levanta un palacio majestuoso con pilares asentados sobre las raíces más profundas de una robusta roca y con cabrios que se elevan airosos al espacio como si miraran al Altiplano del Cielo, dice:

Hemos descendido a una tierra de buenos auspicios. Está situada frente al país de Corea. Es una tierra que recibe directamente los rayos del sol de la mañana y donde el sol de la tarde irradia una luz brillante.

Tales fueron los orígenes de Japón.


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Una respuesta a “Asia, mitos de la creación parte 3.”

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